(Sergio Rubín. TN).
El Papa Francisco suele decir que Jesús hacía política, que el Evangelio tiene una dimensión política y que él también, al igual que la Iglesia, hace política. Porque se busca el bien común. E inmediatamente aclara: “Lo que no hago, ni debe hacer la Iglesia, es política partidaria”.
Ocurre que el sacerdote es el pastor de todos los fieles de su comunidad y, por lo tanto, prenda de unión. Por eso, si abraza una fracción política determinada, provoca división y, de paso, reduce la dimensión abarcadora del mensaje religioso. En otras palabras, el clero debe estar por encima de cualquier opción partidaria porque la partidización es un veneno para la religión.
Esto no implica que no haya sacerdotes que tengan una simpatía partidaria. En definitiva, son seres humanos como todos. Otra cosa es que la manifiesten e, incluso, que llegue a condicionar su labor religiosa. Ni qué decir a nivel institucional. Porque también la Iglesia debe evitar toda partidización y preservar su autonomía ante los gobiernos (y los poderosos).
La historia es abundante en casos de cercanía con el poder o los poderosos de turno que, al final, terminó perjudicando a la propia institución en su relación con sus fieles y en su imagen frente a la sociedad. Aunque a veces se le adjudicaron injustamente simpatías partidarias.