(Luis Rivas. Ecclesia).
El cristianismo no solo está en las raíces de Europa; también permanece en el corazón de las instituciones comunitarias. En el 19 de la plaza de Meeûs, en un edificio gris centroeuropa de seis plantas, con mansardas y balcones de forja, tiene su sede la Comisión de las Conferencias Episcopales de la Unión Europea —COMECE—, un organismo oficial constituido hace más de cuatro décadas como representación de la Iglesia católica en Bruselas. «La Unión Europea es algo muy especial: no es una federación ni una unión, sino una asociación en la que los Estados han cedido una parte de su soberanía. Por tanto, se requiere una entidad específica para relacionarse con ella, que va más allá de la representación oficial de la Iglesia universal en cada uno de los países miembros», explica Manuel Barrios, secretario general de COMECE. Nacido en 1962 en Madrid, se desempeña en esta labor desde 2019, y el pasado mes de noviembre fue reelegido para otros cuatro años en una Asamblea Plenaria constituida por obispos delegados de las respectivas conferencias episcopales. «Nuestra misión es seguir muy de cerca las políticas europeas que consideramos de interés para la Iglesia, como pueden ser, por ejemplo, el aborto, la maternidad subrogada, los flujos migratorios o el cuidado de la casa común, intentando contribuir», detalla.