(José Manuel Vidal. Religión Digital).
Por un lado, están los que creen que ya va siendo hora de que alguien denuncie y saque a la luz la podredumbre de los abusos del clero, tapada en la diócesis de Quito por el sistema (todavía vigente) del encubrimiento sistemático y la revictimización de las víctimas
En contra de lo que sostiene la nota del canciller del arzobispado, “hay evidencias de que el P. Miguel Yumi continuó, por voluntad del arzobispo Espinoza en el ejercicio del sacerdocio en la parroquia ‘San Miguel del Común’ (Oyacoto)”
“¿Conoce el arzobispo a la madre de la víctima o a la menor? ¿Las ha visitado? ¿Ha ofrecido apoyo, asesoría y acompañamiento terapéutico a la víctima y a su madre?… Se digne demostrarlo documentalmente”
Indignación, impotencia, escándalo y, sobre todo, tristeza por las mentiras públicas del arzobispado y miedo a la máquina autocrática del arzobispo de Quito, Alfredo Espinoza Mateus, que ha lanzado una auténtica caza de brujas contra los denunciantes del caso del sacerdote quiteño y presunto abusador, padre Miguel Augusto Yumi, que, al parecer, habría solicitado la dimisión del estado clerical y huido a Colombia.
Por eso, tras la publicación del caso en RD (rebotado en las redes y por diversos medios del país), el prelado puso en marcha una campaña de búsqueda de los denunciantes, fundamentalmente entre su propio clero.
Como suele suceder en estos casos y en cualquier curia diocesana, los sacerdotes se muestran divididos. Por un lado, están los que creen que ya va siendo hora de que alguien denuncie y saque a la luz la podredumbre de los abusos del clero, tapada en la diócesis de Quito por el sistema (todavía vigente) del encubrimiento sistemático y la revictimización de las víctimas.