El Papa Francisco y la polarización

(Aceprensa. JAVIER MARTÍNEZ BROCAL).

Cuando en 1973 Jorge Mario Bergoglio, de 36 años, fue nombrado “provincial” de los jesuitas en Argentina, su principal tarea fue impedir que el choque entre las dos corrientes de la Compañía de Jesús en su país provocara rupturas o parálisis. Como explica su biógrafo Austen Ivereigh en El Gran Reformador, era el contraste entre un grupo que priorizaba la acción a partir de la reflexión académica e intelectual; y otro que privilegiaba la religiosidad popular y proponía una fe cercana a la gente, en especial a los pobres. Fue quizá su primera experiencia de polarización. Bergoglio intentó reconciliarlas con una síntesis que salvaba lo mejor de cada una de ellas. Así, por ejemplo, exigía a los novicios horas de estudio, pero también de trabajo social en barriadas desfavorecidas. Esta estrategia no resolvió las tensiones y cuando en 1986 Roma nombró nuevos superiores, éstos comenzaron a desmantelar las medidas de su mandato. La situación entre los jesuitas era también un reflejo de la compleja situación social que atravesaban tanto Argentina como la Iglesia. A ese periodo se remonta la búsqueda de Bergoglio de modos de reconciliar posiciones encontradas, en especial entre quienes comparten una misión común. Como dejó de tener cargos en su congregación, decidió tomarse un año sabático y trasladarse a Frankfurt (Alemania) para comenzar una tesis doctoral sobre la polarización. Se titulaba “Oposición polar como estructura de pensamiento cotidiano y de proclamación cristiana” y su eje central era la obra El contraste de Romano Guardini (BAC, Madrid, 1996) y su teoría sobre las oposiciones polares. Curiosamente, seis meses más tarde, las mismas tensiones que le llevaron a marcharse a Alemania le convencieron de que debía regresar a Argentina. La tesis quedó aparcada, pero lo que allí estudió le marcó definitivamente.

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